En mi adolescencia encontraba una fascinación hacia lo poco común, en especial hacia algunos libros científicos como La Sexualidad Humana de Master y Johnson, nombres que conocí desde muy pequeña. Mis aficiones incluían también videojuegos y mis uñas. El alcohol y las drogas estaban fuera de mi alcance y no me tentaban, pero el olor de ciertos objetos me despertaba curiosidad.
Mi objeto preferido en el mundo era una piscina inflable que teníamos en casa, su olor plástico era imaginarme lo que olía una nube si estuviera sentada en ella. Cuando mis padres no estaban y mis hermanos y yo nos quedábamos solos, la inflábamos y nos bañábamos. Una mañana lanzamos a nuestro gato, que desesperado intentaba huir del agua. Yo me echaba en la mitad de su redondez y empezaba a oler los bordes.
Mis hermanos estaban muy pequeños como para entender que mi comportamiento era extraño. Antes de que nuestros padres llegaran, borrábamos toda la evidencia del jardín. Mi madre se desesperaba cuando nos veía usando esa piscina, porque gastábamos casi la mitad del agua que normalmente se usaba en un dia. A veces se daba cuenta de que la usábamos a escondidas y nos regañaba.
Luego de un tiempo empecé a encontrar placer en otros olores. No recuerdo exactamente cuando pasé la raya, cuando decidí probar el olor, el primer bocado, pero recuerdo la sensación en mis labios y en mi nariz. Primero fueron los libros del colegio, como no podía romper las páginas de adentro del libro, rasgaba las portadas, las dividía en dos, y la parte de papel me la metía a la boca, el olor, su textura, su sabor, la forma como se derretía dentro de mi. Todo me gustaba.
Luego probé con otros materiales mas riesgosos, como eran la tela y el plástico. Me parecía increíble y un poco ilícito, pero no le eché mucha cabeza, no era muy consciente de lo que hacia, solo sabia que me encantaba.
Buscaba diferentes objetos a diario, los clasificaba por colores y tamaños, un nuevo libro, diccionario, una nueva camiseta, un lápiz, todo eran los platos de una especie de banquete imaginario. Salivaba solo de pensar en su sabor, primero me iniciaba con su olor. Era una especie de catadora de lo inorgánico.
Detestaba la compañía de las personas y es que delante de ellas no podía arrojarme a mi placer, entonces cada vez me aislé más de amigos y me la pasaba completamente sola, sola en mi habitacion. Cuando estaba en compañía, debía conformarme con mis uñas, que ya casi ni existían. Creo que duré mas de un año comiendo todo lo que tenia a mi alrededor sin levantar ninguna sospecha.
Faltando dos años para acabar el colegio, empecé a enfermar, enfermar seguido. Un resfriado me podía durar varios meses, y empezaba a ahogarme, a veces tenia ataques parecidos al asma. Dentro de mi, sabia que mi adicción era la culpable pero ya no podía parar. Darle el nombre de adicción es algo un poco cómico para la edad que tenia en ese momento, pero es lo justo.
Al sentir un olor plástico nuevo, sonaba con tener ese plástico en mi boca. Hace algunos anos me puse en la tarea de investigar sobre mi comportamiento, resulta que se llama, Pica y se clasifica como un trastorno de la alimentación o una enfermedad, similar a la anorexia o la bulimia.
Mi salud empezó a decaer, mi madre empezó a perseguirme, investigar a mis pocas amistades, ver con quien salia las pocas veces que lo hacia. Seguro pensaba que estaba consumiendo drogas, nunca se imaginaria que comía papel y plástico en sus narices.
Mi madre es una persona extrema, es de esas hembras animales que hace lo que sea para defender a sus crías y es de la generación del sacrificio, es decir, que siempre pone a las demás personas por delante de si misma. Aun no soy madre, no se si es algo común de todas las madres o solo de su generación, pero lo mas probable es que me equivoque, talvez sea algo mas cultural.
Las mujeres de mi país son entregadas, ese es el nombre bonito que le ponen a sufridas. Mi madre era de esas, y cuando se trataba de mi o de mis hermanos estaba dispuesta a todo.
Me cuenta mi abuela que de pequeña me enfermé de gripe y no podía respirar, mi madre me sorbió los mocos de la nariz para que no me ahogara porque la pera no servía, a ese tipo de cosas me refiero.
Un día de tantos mi madre me saco del baño a la fuerza, mientras escupía en el lavamanos y se puso a analizar mi esputo directamente con las manos, yo no pude detenerla. Ella encontró lo que se temía, una mota de hilos azules de mi pijama. Me llevo al sicólogo.
Antes de eso mi madre intentó de mil y una formas, llorando, o hablando pausadamente de sacarme las razones por las cuales comía hilos y me atragantaba de papel. No le contó nada a los otros miembros de la familia por vergüenza. Pero ahora me vigilaba todo el tiempo. En ese momento tenia 13 anos, me revisaba los libros, me controlaba los cuadernos y las hojas. Me sentía como una drogadicta consumada.
Me negué a ir al sicólogo con la promesa de dejar de hacerlo. Una psicóloga que conociamos nos visitó y habló con nosotros en privado, pero no me dio un diagnóstico. Yo intentaba alejarme y analizarme por mi cuenta, siempre lo he intentado.
Mi mente siempre ha sido escéptica hacia los sicólogos, sentían que eran ignorantes, que por haber leído un par de libros de Freud, creían que ya lo sabían todo, que yo era superior a ellos, y me conocia mejor que nadie. Entonces le hacia creer que todo estaba bien, y en principio todo estaba bien, por mas razones que los demás le querían buscar a mi comportamiento, solo era este per se, sin ningún significado oculto.
No estaba llenando vacíos en mi alma con palomitas de papel, ni estaba haciendo sangrar mi intestino con pedazos de plástico para calmar el dolor. Me gustaba el sabor, me gusta el olor, me gustaba al tacto. Era muy difícil de entender para todos.
Cumplí mi promesa, poco a poco deje de hacerlo, sabia que le causaba dolor a ella, y a mi cuerpo, poco a poco deje de necesitarlo, volví a mis vicios de antes, las unas y las lecturas. Me encerré en mi cuarto, sin embargo mi salud mejoro. Ese año de mi vida se borro hasta que hace poco. Luego de eso solo recuerdo peleas terribles con mi abuela por mi musica estridente. Recuerdo escaparme de vez en cuando a tomar cerveza con amigos mayores. Recuerdo mi primer beso bajo la luz de la luna y con arena en la espalda.
Me convertí en una adolescente tranquila, paso la tormenta. No obstante de vez en cuando caigo en la indulgencia, que menú habrá para hoy, post-its o alguna tarjeta.