Empiezas a escribir cuando te das cuenta que no puedes estar
sin escribir. Cuando tus palabras fluyen
como un rio, cuando no esperas que la oportunidad camine hace ti, sino que vas
y la agarras por el hombro, la seduces.
Así empiezo a escribir el día de hoy, llena de emociones,
emociones de color rojo. Pensando en las
cosas que me ocurren cada día, y pensando en la necesidad que tiene el ser humano
de valorarlas, como buenas o malas: buenas o malas para qué, como un antiguo cuento chino, las cosas que
hacemos no sabemos exactamente como nos
afectaran, me autoconsuelo con estas palabras.
Mi parte espiritual se ríe de mi parte mundana, mientras
escribo bonitas palabras en un documento de Word,
también pienso en las cuentas por pagar, en los pleitos por resolver, en el
futuro por llegar, en el futuro no muy lejano.
Pienso en la incertidumbre que me envuelve, las cosas irresueltas
en mi vida, irresolutas, las cosas que no dependen de mí, o que yo creo que no
dependen de mí. Pienso en el poder y al
mismo tiempo en el estado de mi piel, y si acaso se despuntan las primeras
arrugas en mi frente como un arco.
Entonces lo que es realmente importante viene a mí, lo que
soy, mis creencias y quedo desnuda, desnuda ante las quejas de mi alma, quejas
y desnuda ante la felicidad momentánea.
Porque este ser que proyecto es fuerte y débil al tiempo, es todo o no
es nadie.
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