Daniela

El niño revoloteaba en la cama presa del insomnio, víctima de los mosquitos que se alborotaban con el tic tac de la lluvia, revoloteaba como una polilla alrededor de una vela, y cada vez que rozaba sus sabanas, sentía como el fuego le encendía las mejillas, espesas por el sudor, escuetas e inertes. 

La fiebre le robaba el sueño y también la cercanía de la muerte, su madre dormitaba en un sillón al pie de la cama, su hermana lo miraba desde el otro lado de la habitación. 

En un esfuerzo, el niño agita su mano, llama la atención de su hermana.  Ella se acerca apremiante, piensa que ya es tiempo de cambiarle las compresas, pero el pequeño toma su mano y la detiene.

- Siéntate

Daniela, ante la mirada suplicante de su hermano, no ve otro remedio que acatar su orden, entonces con la delicadeza de unas curvas recién estrenadas y la suavidad de su esencia, pone su mano en la cabeza del niño y se recuesta. 

-Hermana, por favor, te lo suplico, no puedo dormir, quédate a mi lado.-exclama el niño con un hilo de voz.

Daniela sentía una sensación de nostalgia en la voz de su hermano, un recuerdo lejano de noches casi no vividas, una promesa de soledad rotunda, un eco de insalubridad en sus súplicas y fue invadida por una tristeza pretenciosa que le rascaba el interior del pecho y casi explotaba en su cara, como haciendo presión desde adentro.

Sentía que no estaba sola, la muerte estaba con ella en esa habitación, pensó en evitarla, evitar que se llevara a su hermano, a su único compañero en esa casa, a su pequeña alegría, y mientras sobaba su frente,  pensó en los juegos de mesas, las tardes de chocolate y las noches de papel.  En unos instantes ya estaba dormida. 

En su sueño,  embelesada y profunda, se encontró con la muerte,  o al menos eso parecía,  era una niña,  pequeña,  vestida con seda verde oscura, se veía inexpresiva,  pero al fijar su mirada en Daniela,  podía hablarle a través de ésta.  Daniela,  entendió todo,  su hermano era su nuevo compañero de juegos, nada que hacer. La muerte era inofensiva ante tanta belleza y lo quería para ella.  Llegó la hora de despedirse.  La despedida transcurrió dulce y Daniela durmió dentro del sueño.

Al siguiente día, el sol pegaba fuerte en su cara, el cuarto estaba vacío y la cama donde yacía su hermano, inmaculada como si nadie nunca la hubiera ocupado.  Todo era silencio, se levantó, abrió la puerta de su habitación y era así,  todo estaba vacío.  Luego se asomó a través del espejo, se vio a sí misma, yaciendo inmóvil en la cama, su hermano rozagante lloraba a su lado.  Al virarse,  vio a la niña de su sueño,  jalando su vestido, se sumergió en sus ojos.


Lo de la belleza, era de familia.

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